Pero en las películas pequeñas y sencillas es donde encuentro la verdadera esencia del cine, el echo de que con muy poco se puede hacer mucho si tienes una historia buena que contar.
El acierto de contar con unos actores tan valiosos como una jovencísima Vivien Leigh que empezaba en el cine y el excelentísimo Charles Laughton. Es lo que se define como cine de actor, donde lo único que vale es la interpretación sin adornos ni florituras. En especial el personaje de Vivien que me encanta y es uno de mis más favoritos, en este caso no nos fijamos en su belleza, eso es algo secundario e irrelevante, para el papel de Libby no hace falta ser guapa o tener unos pechos bonitos, vemos a la persona no a la mujer. Todos los incondicionales de Vivien deberían de verla aquí, es una joya en una película perdida que tan pocos conocen.
Libby es lo que se conoce como "un chicazo", ella viste ropa masculina, con corbata, pajarita, o vestida de frac estilo circense. Una buscavidas, raterilla, o una pequeña ladrona. Estos artistas de la calle que tanto tienen que decir, ella sueña con ser bailarina. Vemos una escena donde un actor sale del teatro y una avalancha de gente se abalanza a pedir autografos, Lybby está allí entre la multitud, luego veremos a Libby convertida en estrella y firmando autógrafos.
Como todo cambia y los sueños se cumplen, pero el sueño alcanzado no siempre da la felicidad.
Ella era pobre le robó el dinero a una artista de la calle (Laughton) luego se compró un bocadillo, donde un cazatalentos se fijó en ella (Rex Harrison), Libby aprovecha para robarle la cartera, allí está Laughton que prefiere no delatarla, y así se convierten en dos artistas de la calle.
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Y esta historia que termina igual que empieza, dejándonos un sabor nostálgico y agradable, un homenaje a lo artistas de la calle, infravalorados, invisibles, pero que están ahí. Libby consiguió ser famosa, pero Laughton ahí se quedó en la calle, pero Libby como buena amiga no se olvido de el.
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